Director: Stuart Gordon
Una especie de ímpetu acuático me ha invadido en los últimos días y me ha llevado a nadar de manera rayana en el phelpsianismo, rama ortodoxa. Dado que intento suplir mi patente falta de técnica y estilo en la piscina con una buena dosis de perseverancia no muy bien gobernada, salí del agua con los hombros a la altura de las orejas. Me acabo de tomar un myolastan y a medida que estoy notando sus agradables efectos, voy a aprovechar este relajo muscular para hablaros distendidamente, sobre todo en lo que a mis trapecios y párpados se refiere, de un clásico básico: Re-animator. En Re-animator, que a mi parecer y a unos cuantos más constituye la esencia del cine de terror de los ochenta, un científico loco desarrolla un líquido fosforito que tiene un fascinante punto en común con el botillo: hace resucitar a los muertos. Una joya basada en una historia de H.P. Lovecraft, cuya banda sonora es claramente un homenaje a Psicosis.
Todos sabemos que eso de dárselas de listo y querer traer de vuelta a los muertos, jugando a ser dios —¡como odio esa expresión!—, está condenado a un fracaso de proporciones planetarias. Pensemos sino en el hígado de Prometeo. O en Frankenstein. O en Evil Dead. O en Gage, de Cementerio Viviente. O en todos los zombies y vampiros anónimos. Se acaba armando inexorablemente. La vanidad humana es carnaza para el terror porque infunde en el espectador una especie de sed de justicia cósmica e invita a un final de despiporre catastrófico. Trae consigo terribles y merecidas consecuencias; no tiene fecha de caducidad y todos nos podemos sentir identificados con ella: si alguna vez habéis intentado y conseguido resucitar a alguien con una inyección de color acid house o un transplante de cerebro, sabréis que el resultado es uno de dos: o bien conviertes al resucitado en un monstruito o bien conviertes a los que lo rodean en monstruitos. Casi siempre, además, tú acabas muriendo de la manera más humillante posible a manos de tu propia creación.
Ya desde el principio de la película nos advierten de que se viene una buena. Empieza fuerte, y termina más fuerte aún, con un éxtasis de humor, miedo y asco en el salón de tu casa, para tu goce y disfrute. A eso hemos venido, a gozar y disfrutar de lo que esta película nos aporta a porrillo. Hay unos cuantos memorables momentos de quenopaseesoporfavoooornoquenoqueno, pero ya veréis vosotros si pasan o no.
El genial Jeffrey Combs hace de Herbert West, el estudiante enajenado y resabido que la lía de lo lindo. Bruce Abbott y Barbara Crampton, en sus papeles de Cain y Megan pasan sin pena ni gloria, y el Dr. Hill, interpretado por el bárbaro David Gale, pese a llevar una mofeta encima de la cabeza durante toda la película, está ideal de médico winner. Es un malo dramático, de esos de antes, que se reían de lo malos que son. Físicamente se me parecía a Kiko Veneno haciendo de Frankenstein en La Bola de Cristal. ¿No lo véis? Todo encaja: es el eterno retorno. Igual que cuando un día conoces a un Natalio que es gilipollas y ya no se te ocurre ponerle ese nombre a tu hijo, aparte de que no se lo ibas a poner de ninguna manera porque es un nombre feo de cojones. Bueno, igual igual no es, parecido, sí.
El genial Jeffrey Combs hace de Herbert West, el estudiante enajenado y resabido que la lía de lo lindo. Bruce Abbott y Barbara Crampton, en sus papeles de Cain y Megan pasan sin pena ni gloria, y el Dr. Hill, interpretado por el bárbaro David Gale, pese a llevar una mofeta encima de la cabeza durante toda la película, está ideal de médico winner. Es un malo dramático, de esos de antes, que se reían de lo malos que son. Físicamente se me parecía a Kiko Veneno haciendo de Frankenstein en La Bola de Cristal. ¿No lo véis? Todo encaja: es el eterno retorno. Igual que cuando un día conoces a un Natalio que es gilipollas y ya no se te ocurre ponerle ese nombre a tu hijo, aparte de que no se lo ibas a poner de ninguna manera porque es un nombre feo de cojones. Bueno, igual igual no es, parecido, sí.
Por cierto, ¿vosotros os reís cuando planeáis dar un golpe maestro? Yo más bien me quedo con cara de vaca mirando a un punto fijo. Pero ¡ojo!, si sois de esos de risa floja, no planeéis un compló-pa-revolver en la piscina: si os da un ataque de risa, el efecto inmediato, en mi caso, es el de tener unos pesos de 30 kg atados a los tobillos. Yo ya me he visto haciendo el muerto para no morirme de risa, literalmente.
Los caminos del cine de terror no es que sean inescrutables precisamente, pero son muy entretenidos. Por eso, os animo y reanimo a que os adentréis en esta cómica y terrorífica película que encierra lo mejorcito que el cine de terror tiene que ofrecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario