sábado, 22 de septiembre de 2012

Payasos Asesinos (1988)


Título original: Killer Klowns from Outer Space
Director: Stephen Chiodo


Ser adicta aficionada al cine de terror es algo que en algún momento tendré que confesar a los niños que me quieren, que son mis hijos. Lo temo, casi tanto como el momento que tenga que explicarles que por muy buena disposición que lleven en la vida, siempre se las tendrán que ver con algún gilipollas. Llegado el momento de la verdad les explicaré que me gusta ver películas donde muere gente, hay vampiros, fantasmas, niños cabrones, psicópatas, ascensores asesinos y cosas parecidas, pero que no estoy loca. Espero entonces que una vez superado el bochorno que sientan hacia su madre, algo que quizá no llegue nunca, podamos ver todos juntos clásicos como The Blob y La Invasión de Los Ladrones de Cuerpos. Luego podríamos ya subir un nivel y pasar a cosas un poco más coloridas como Mal Gusto o Basket Case (¿Dónde te escondes, hermano?). Todo se andará.

El problema es que aunque planee esa crucial charla con antelación, tengo que prepararme para el más que probable e incipiente momento en que me pillen a oscuras en la sala, con ojos vidriosos y la boca abierta, viendo películas con títulos como Mutantes en la Universidad o Esta Noche Poseeré tu Cadáver. Visualizo esa terrible eventualidad como la de ir tranquilamente conduciendo por un paisaje idílico y de repente pegar un volantazo y encontrarse sin remedio en pleno infierno. ¿Qué les digo? Si mi lado bueno está en casa, me avisará si los oye venir. Si no está, y teniendo en cuenta que, en palabras de un médico, mis oídos son propios de alguien 20 años mayor que yo, estoy indefensa ante una pillada soberana. Además, como consecuencia de mis penosos oídos, tengo que ver las películas a mayor volumen, aumentando el riesgo de despertar a los enanos y haciendo que la jugada sea aún más peligrosa.  Ni siquiera tamaño azar puede con mi férrea voluntad de plantarme frente a la tele a tragar un montón de ya sabéis qué. Para no despertarlos, podría cerrar la puerta del pasillo, pero me impediría concentrarme en la película pensando que están armándola sin yo enterarme, haciendo por ejemplo una hoguera en la habitación. Algo que por cierto, mi madre me pilló haciendo cuando yo era pequeña: por aquello de que de casta le viene al galgo, no quiero arriesgar. 

En resumen: soy consciente de que estoy jugándomela cada vez que me zapateo en el sofá. Pero películas como Payasos Asesinos hacen que merezca la pena. Al darle al play me siento un poco como Lenin disfrazado antes de la revolución, o como el que entra en el puticlub estudiando atentamente las puntas de sus zapatos. Si me pillan tendré que dar explicaciones que no van a ser muy convincentes.  Aún así, me gusta pensar que tengo recursos, por lo que tengo preparada la siguiente disculpa si de repente un sigiloso niño en pijama se planta frente a la tele: 

- «Estaba viendo un documental de elefantes y justo en este momento han puesto un anuncio de X*.» (*despejar según convenga:  a) un cuento de: vampiros vegetarianos/zombis de guasa/monstruos buenos; b) un concurso de: a ver quien grita más/parece más enfadado/ corre más/abre más los ojos o c) la tomatina)

Si no ando rápida, siempre me queda negarlo todo, como los políticos:  - «No, no hay nada ahí, no has visto nada, ¿qué dices? Ahora vete a la cama.»

En la posibilidad de ser pillada pensaba cuando me puse a ver Payasos Asesinos. Lo sé, con ese nombre tiene que ser una película muy intimista. Del tipo de películas que te hace pensar en la insignificancia de nuestras míseras existencias. Bueno, no. Te hace pensar qué cojones te pasa por la cabeza para que te guste esta película. Como la realidad es difícil de tragar, y además me niego a que se interponga en lo que yo creo, cancelo la posibilidad de que me guste porque mis estándares están a la altura de los tobillos y elijo pensar que me gusta porque es indudablemente bárbara. O también podemos decir, perspicazmente, que de tan mala que es, es buena. Es como si curvamos la vara de medir y hacemos que se toquen las puntas: lo bueno y lo malo se tocan y ya no sabemos nada de nada, ni por qué estamos aquí, pero nos da todo igual.

En la película, unos extraterrestres con aspecto de aterradores payasos vienen buscando comida en una nave espacial con forma de carpa. Convierten a la gente en una especie de barbapapás de algodón de azúcar y disparan con pistolas que lanzan palomitas, y no digo más, porque merece ser vista sin que os la estropee. Si no fuera de risa sería de terror. O al revés, bueno. Además, con tanto efecto digital hoy en día, ver un poco de látex, líquidos viscosos y efectos a la vieja usanza se agradece como agua de mayo. 

Me ha gustado mucho el atrezzo de la película, que recuerda a una pesadilla triposa. La música es ya de la transición entre los 80 y los 90: mucho sintetizador pero también guitarritas eléctricas. El ocaso de la película es un homenaje a la payasada bestial que en esencia es. Me gustan las personas que no se toman muy en serio y que nos hacen pasar un buen rato, como los hermanos Chiodo. Aquí os dejo un poquito de locura, amigos:



2 comentarios:

  1. Queremos más!!!!! esta entrada es del 22 de sept, estamos acercándonos a mediados de octubre!!!

    blogueros de mierda que no la rascáis

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  2. ¡oiga usted! ¡TEngo que hacer mucho trabajo de campo!

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