miércoles, 16 de enero de 2013

La molicie, La casa roja (1947) y La casa encantada (1963)

No estoy en una etapa precisamente creativa. Estas vacaciones han sido muy divertidas pero poco productivas; más o menos, han sido el equivalente mental a ir un día tras otro a una cena con un pantalón de cintura elástica: no hay que pensar, solo hay que dejarse llevar. No hay obstáculos entre tú y tu cerdería, ni incómodos recordatorios de que te estás pasando. Así que durante las últimas 3-4 semanas me he tirado a la molicie sin concesiones, y en todos los ámbitos: he visto películas malas, he bebido cerveza, me he comido paquetes de galletas de una sentada y me he gastado algo de dinero en mierda fabricada en China. Creo incluso haber leído alguna novela sueca de asesinatos pero no pondría la mano en el fuego. Bueno, pues has hecho lo que haces cualquier otro mes, diréis. Bueno, sí, puede ser. Este corrector me cambia el adverbio 'compulsivamente' por 'compasivamente', así que está en vuestras manos adivinar cuál se corresponde mejor con mi actitud hacia todo lo anterior.

Quizá por los excesos físicos y carencia de estimulación intelectual real, he pensado que si veía alguna peli de terror clásico subiría un par de puntos mi escala de sesudez. Más bien subiría un par de puntos imaginarios una proyección deformada de una sensación ficticia y efímera de sesudez. No habéis entendido nada: yo tampoco. No tiene mucha lógica. Pero no siempre la lógica nos mueve. Sin ir más lejos, analicemos unos sentimientos tan familiares como son la glotonería y la dejadez: nunca hay que subestimar el poder de movilización que tienen. Por ejemplo, durante mi primer embarazo, por el tema de la listeriosis me prohibieron tomar jamón. No lo tomé, no pasó nada y el niño nació bien, aunque con un marcado parecido con una gamba recocida. En mi segundo embarazo, y como el primero había ido bien, decidí saltarme la recomendación del médico y tomar jamón, chorizo, lomo y mortadela más o menos cada 2h. No contemplé más que de soslayo que si efectivamente no había cogido listeriosis en el primer embarazo fue precisamente porque le había hecho caso al médico. Al fin, no pasó nada, y la niña nació bien, aunque me acaba de dar una hoja en la que ha dibujado unos 200 gatitos con cara de persona y ahora mismo me está mirando escondida detrás de una silla desde el otro lado de la habitación. Bah, nunca sabes.

Así que, en mi proceso de pretendido enriquecimiento interior, he visto dos clásicos: La casa roja (1947), de Delmer Daves, y La casa encantada (1963), también conocida por su título original, The Haunting, de Robert Wise. No os voy a decir que las tuve que ver en compañía, con la luz encendida, y que oía carcajadas y crujidos en casa, pero ambas películas son efectivas y un buen ejercicio de artesanía cinematográfica, lo que entre tanta modernidad, supone un respiro de aire fresco. Volver a los orígenes sirve para ver las cosas desde una perspectiva más sosegada, y aunque solo sea de vez en cuando, hasta llega a dar una especie de anticuada paz entre tanto fuego artificial del cine de masas actual. Sabéis que no me gusta decir mucho sobre el argumento de las películas, por eso, y porque no sé muy bien de qué hablo, no me extiendo demasiado en analizarlas. Las veo, si acaso tomo un par de notas, y si las disfruto, hablo algo sobre ellas. Como todo en esta vida, lo importante es que te guste.  Y ambas películas me gustaron. En la misteriosa, oscura y gótica La casa roja, el gran Edward G. Robinson, cuyo físico bulldoguiano ayudó a encasillarlo en papeles de malo,  se tiene que enfrentar a su pasado, que lo espera muy cerca de su casa. La banda sonora es memorable, al igual que el desenlace de la película. No es fácil quitarse la perspectiva del terror actual cuando ves una película de 1947, y es verdad que no ha envejecido bien, pero no es algo que se le pueda reprochar.  En La casa encantada se juntan un gran guión, grandes personajes y un éxito total a la hora de provocar una reacción neurótica en el espectador. No sabemos si la chalada está chalada. Si estuviera tan chalada, nosotros, como espectadores, ¿por qué dudamos de lo que estamos viendo? ¿Hay fantasmas o qué? ¿Por qué a alguna gente le gusta Maná?
Quién sabe.



1 comentario:

  1. me acabo de morir de risa entre leo-gamba y olivia-bah, nunca sabes...

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