En este mes no vi muchas películas, la verdad. Y las que vi no me dijeron mucho. Por poner un ejemplo, empecé Martin (1976) de George Romero, que es cojonuda, o eso dicen, pero a mí me pareció un coñazo, con ñ, por mucho que mi ordenador se empeñe en poner 'codazo'. Ni terminé de verla. Soñé que pasaba noches en vela, pensando ¿estará dejándome de gustar el cine de terror? No, no, qué va: lo que pasaba es que estaba bajo los efectos de la melatonina y quería irme a dormir. ¿Y por qué estabas hormonada?, diréis. Pues es que me la recetaron porque mis oidos me hacen sentir:
a) como si tuviese avisperos a modo de pendientes;
b) o una caracola pegada a cada oreja;
c) como si los que me hablan a 2 m estuviesen a 20 m;
d) como si los que me hablan a 20 m estuviesen a 2 cm;
d) como si los que me hablan a cualquier distancia tuviesen voz de robot;
e) como si acabase de subir un puerto de 3000 m en 2 segundos;
f) o como si estuviese captando comunicaciones en morse.
Ninguno de esos estados es excluyente. El a) viene ya de serie y puede aparecer combinado con el d) y el e). A veces incluso ocurren todos a la vez. Total, el médico, claramente con buena intención, me recetó un medicamento que contiene melatonina y supuestamente iba a mejorar mis acúfenos, pero lo único que hizo fue darme un mes entero de sueños delirantes y vívidos. Me tomaba una pastilla con algo de emoción cada noche, pensando: ¡Qué guay, a ver qué sueño hoy! Y me metía en la cama para quedarme dormida casi ipso facto y soñar sueños desordenados e intensos. Estuve un mes soñando con muertes, con bebés, con maletas, con gordos, con meteoritos, con tiendas y con edificios en ruinas. Soñar...soñé, y recuerdo alguna vez levantarme de la cama con un EUREKA dibujado en mi cara, porque había soñado la historia perfecta, la que escribiría y me catapultaría a la fama, bueno, a la fama, pero para cuando salía del cuarto de baño ya no me acordaba de nada. Dejé de tomarla porque mis oídos seguían pitando, ahora incluso con un eco de reproche por querer deshacerme de ellos. Ya volvemos a estar en paz.
Ahora que estoy libre de melatonina, parece que soy capaz de ver una película entera. Mama (2013), de Andrés Muschietti, y producida por Guillermo del Toro, fue una de las películas más recientes que vi. Gracias a algún fenómeno cósmico que solo ocurre una vez cada mil años, empecé a verla sin saber lo que me iba a encontrar. Es decir, no vi ningún trailer, ni leí ninguna reseña. Casi casi, ni vi el cartel. Sabía que era de terror, y llamándose Mama, habría niños, con lo cual empecé a verla con las expectativas muy altas. Me pareció que empezaba muy fuerte y se iba desinflando, como un globo descontrolado, esparciendo miasmas cinematográficas durante su breve vuelo fatídico mientras lo miran con cara de hastío. La película es visualmente impactante, quizá muestra demasiado, para mi gusto... ¿estaré haciéndome mayor? No tenéis que contestar, gracias. Desde el punto de vista del director, tiene que ser muy difícil, con los efectos especiales desfasados de hoy, rechazar un 'ponme una cara demacrada por ahí' o 'un esqueleto por allá'. La tentación es demasiado grande. Pero cuando sabes de qué va todo y lo único que te queda por saber, es, por así decirlo, el color de los calzoncillos del director, pierde mucho el interés. Cierto es que nos espera un momento de tensión, pero bueno, echando la vista atrás, ves que el grado de importancia que tiene ese personaje en la película solo podía desembocar en algo así.
El director ha querido mostrar todas las cartas en los primeros 20 minutos de la película, limitándose a contarnos durante el resto de la película la historia con estética gótica tras esa explicación. La religión siempre es un valor seguro. Lo que nos cuenta esta película ya nos lo imaginábamos, es que lo veíamos venir. Los espectadores de terror tenemos que cargar con la cruz de que nos tomen por tontos un poco más que a los demás, que ya es decir, pero, a decir verdad, nos la pela. No somos rencorosos. O por lo menos nos la pela las primeras 99 veces: la número 100 ya decimos '¡Hasta aquí hemos llegado!', chasqueamos la lengua, fruncimos un poco el entrecejo y seguimos viendo la película. Que no piensen que nos la meten así como así. Siempre nos queda disfrutar del espectáculo de los CGI.
Lo que sí me produjo la película es mucha ternura porque en ella hay una niña, la pequeña, que me recuerda a mi hija. Sobre todo cuando vocifera: ¡No!, come cosas que no debería comer y se arrastra como un bicho. Qué grande es la maternidad. Estoy segura de que millones de madres se sentirán identificadas conmigo. Yo por lo menos conozco a tres, vaya.
a) como si tuviese avisperos a modo de pendientes;
b) o una caracola pegada a cada oreja;
c) como si los que me hablan a 2 m estuviesen a 20 m;
d) como si los que me hablan a 20 m estuviesen a 2 cm;
d) como si los que me hablan a cualquier distancia tuviesen voz de robot;
e) como si acabase de subir un puerto de 3000 m en 2 segundos;
f) o como si estuviese captando comunicaciones en morse.
Ninguno de esos estados es excluyente. El a) viene ya de serie y puede aparecer combinado con el d) y el e). A veces incluso ocurren todos a la vez. Total, el médico, claramente con buena intención, me recetó un medicamento que contiene melatonina y supuestamente iba a mejorar mis acúfenos, pero lo único que hizo fue darme un mes entero de sueños delirantes y vívidos. Me tomaba una pastilla con algo de emoción cada noche, pensando: ¡Qué guay, a ver qué sueño hoy! Y me metía en la cama para quedarme dormida casi ipso facto y soñar sueños desordenados e intensos. Estuve un mes soñando con muertes, con bebés, con maletas, con gordos, con meteoritos, con tiendas y con edificios en ruinas. Soñar...soñé, y recuerdo alguna vez levantarme de la cama con un EUREKA dibujado en mi cara, porque había soñado la historia perfecta, la que escribiría y me catapultaría a la fama, bueno, a la fama, pero para cuando salía del cuarto de baño ya no me acordaba de nada. Dejé de tomarla porque mis oídos seguían pitando, ahora incluso con un eco de reproche por querer deshacerme de ellos. Ya volvemos a estar en paz.
Ahora que estoy libre de melatonina, parece que soy capaz de ver una película entera. Mama (2013), de Andrés Muschietti, y producida por Guillermo del Toro, fue una de las películas más recientes que vi. Gracias a algún fenómeno cósmico que solo ocurre una vez cada mil años, empecé a verla sin saber lo que me iba a encontrar. Es decir, no vi ningún trailer, ni leí ninguna reseña. Casi casi, ni vi el cartel. Sabía que era de terror, y llamándose Mama, habría niños, con lo cual empecé a verla con las expectativas muy altas. Me pareció que empezaba muy fuerte y se iba desinflando, como un globo descontrolado, esparciendo miasmas cinematográficas durante su breve vuelo fatídico mientras lo miran con cara de hastío. La película es visualmente impactante, quizá muestra demasiado, para mi gusto... ¿estaré haciéndome mayor? No tenéis que contestar, gracias. Desde el punto de vista del director, tiene que ser muy difícil, con los efectos especiales desfasados de hoy, rechazar un 'ponme una cara demacrada por ahí' o 'un esqueleto por allá'. La tentación es demasiado grande. Pero cuando sabes de qué va todo y lo único que te queda por saber, es, por así decirlo, el color de los calzoncillos del director, pierde mucho el interés. Cierto es que nos espera un momento de tensión, pero bueno, echando la vista atrás, ves que el grado de importancia que tiene ese personaje en la película solo podía desembocar en algo así.
El director ha querido mostrar todas las cartas en los primeros 20 minutos de la película, limitándose a contarnos durante el resto de la película la historia con estética gótica tras esa explicación. La religión siempre es un valor seguro. Lo que nos cuenta esta película ya nos lo imaginábamos, es que lo veíamos venir. Los espectadores de terror tenemos que cargar con la cruz de que nos tomen por tontos un poco más que a los demás, que ya es decir, pero, a decir verdad, nos la pela. No somos rencorosos. O por lo menos nos la pela las primeras 99 veces: la número 100 ya decimos '¡Hasta aquí hemos llegado!', chasqueamos la lengua, fruncimos un poco el entrecejo y seguimos viendo la película. Que no piensen que nos la meten así como así. Siempre nos queda disfrutar del espectáculo de los CGI.
Lo que sí me produjo la película es mucha ternura porque en ella hay una niña, la pequeña, que me recuerda a mi hija. Sobre todo cuando vocifera: ¡No!, come cosas que no debería comer y se arrastra como un bicho. Qué grande es la maternidad. Estoy segura de que millones de madres se sentirán identificadas conmigo. Yo por lo menos conozco a tres, vaya.
En resumen, me parece una peli...olvidable, como los sueños de melatonina.
Marina, vuelve a tomar Melatonina, es la absenta del s.XXI.
ResponderEliminarRose.