sábado, 6 de abril de 2013

Room 237


Mis puntos de referencia diarios, si los hay, son casi siempre en forma de películas malas que hacen inolvidable un día que a todas luces es una fotocopia del anterior. 

Pues sí, amigos, esas películas de mierda son las que marcan la diferencia en un día que de otra manera sería insulso. Son las que, tras casi dos meses sin actualizar mi blog, me impulsan a sentarme un sábado ante el ordenador y dar rienda suelta a mis dotes pseudoliterarias (eso y las dos copas de vino que me tomé en la comida). No hablo de una mierda cualquiera, perfectamente olvidable, sino de esas mierdas que dejan una impronta, esas que vienen rebozadas en purpurina dorada vintage, disfrazadas de joyas,  y en cajita de terciopelo. 

Hablo del bochornoso documental Room 237, en la que unos críticos (¿pero quién carajo son?) hacen una autopsia a la magistral El Resplandor. Los conspiranoicos se empeñan en encontrar una explicación oculta, un sentido, una significación a lo que les rodea. Serían capaces de ver una señal en un zurullo en la acera. Piensan, astutos: «Ese cagallón está ahí por algo. No es casualidad. Todo está entrelazado en el universo. Todo se conecta con todo en formas que no podemos entender. Bueno, vosotros no, yo sí.»

Las teorías que vomitan alrededor de lo que supuestamente trata El Resplandor cubren un amplio espectro a veces directamente vergonzoso, otras totalmente ridículo, en ocasiones desternillante, pero siempre manteniendo un grado de estupidez notable. Lo único bueno del documental son las imágenes de la película de la que hablan. De la que dicen bobadas hasta decir basta. 

Entretanto, voy a hacer un inciso que no os dejará impasibles. Acabo de levantarme de mi silla de trabajo y he cogido un metro: la distancia que hay entre el retrete y el lavabo en mi casa es 110 cm. Gracias a Google, sé que el cuadrado de 110 es 12.100, que es exactamente la distancia en kilómetros que hay entre Bomas, un pueblo en Francia y Kahawa West, en Kenia. Se pone emocionante la cosa. Pero aún hay más: el cuadrado de 12.100 es 146.410.000, que parece ser que es el tiraje de un sello checoslovaco del año 1958. Inquietante, lo sé. Hay una conexión oculta que tengo que descifrar. Voy a buscar más datos y os diré algo más tarde: ahora mismo me voy a servir un whisky porque me abruma la importancia cósmica de todo esto. 15 horas más en Google y encontraré la respuesta.

Pues en torno a conjeturas agarradas con pinzas, basadas en hechos, fotos, cuadros, latas de comida, que difícilmente significan nada, se construye este documental. El Holocausto, las teorías conspiranoicas en torno a la llegada a la luna, la colonización de Norteamérica, hay sitio para todo eso en las cabezas llenas de ya sabéis qué detrás de las voces sin cara del documental. Como todos sabemos que Kubrick era un tipo obsesivo, es inconcebible que en alguna de sus películas haya un error de raccord, por lo tanto la única explicación posible, e irrefutable, es que... ¡claramente está intentándonos decir algo! Esa silla que desaparece: un claro ejemplo de la fragilidad de la existencia, o alguna tontería del estilo.

Mientras veía solitariamente el documental (mi compañero de 'visionado' con muy buen juicio se quedó dormido en los primeros minutos), no podía dejar de pensar en Stanley Kubrick: ¿qué pensaría de tanta gilipollez? ¿Quienes son estos tipos que en una máquina de escribir alemana ven una referencia al Holocausto? ¿Qué metáfora puede expresar un enanito que (ahora está-ahora ya no) de Blancanieves? ¿Qué carallo tiene que ver un esquiador con el Minotauro? En dos palabras: ¿Qué cojones?

Está claro que hay mucha personalidad obsesiva por ahí adelante. Son esos que son capaces de ver las películas 30 veces, dándole al pause, al rewind y al fast forward, destripando una obra y convirtiéndola en una mera sucesión de fotogramas, esperando encontrar algo relevante, con significado, algún mensaje para ellos. Yo me considero obsesiva: si me gusta algo lo veo/oigo hasta la saciedad y más, pero puramente por el disfrute que me da. Nada más. A disfrutar, obsesivamente, si queréis, pero dejad de joder las películas buenas. Solo puedo añadir esto: a veces es mejor estar muerto para no ver lo que hacen con tu obra. Eso sí: ¡Larga vida a Kubrick y a su obra!





lunes, 11 de febrero de 2013

Mama (2013)

En este mes no vi muchas películas, la verdad. Y las que vi no me dijeron mucho. Por poner un ejemplo, empecé Martin (1976) de George Romero, que es cojonuda, o eso dicen, pero a mí me pareció un coñazo, con ñ, por mucho que mi ordenador se empeñe en poner 'codazo'. Ni terminé de verla. Soñé que pasaba noches en vela, pensando ¿estará dejándome de gustar el cine de terror? No, no, qué va: lo que pasaba es que estaba bajo los efectos de la melatonina y quería irme a dormir. ¿Y por qué estabas hormonada?, diréis. Pues es que me la recetaron porque mis oidos me hacen sentir:

a) como si tuviese avisperos a modo de pendientes;
b) o una caracola pegada a cada oreja;
c) como si los que me hablan a 2 m estuviesen a 20 m;
d) como si los que me hablan a 20 m estuviesen a 2 cm;
d) como si los que me hablan a cualquier distancia tuviesen voz de robot;
e) como si acabase de subir un puerto de 3000 m en 2 segundos;
f) o como si estuviese captando comunicaciones en morse.

Ninguno de esos estados es excluyente. El a) viene ya de serie y puede aparecer combinado con el d) y el e). A veces incluso ocurren todos a la vez. Total, el médico, claramente con buena intención, me recetó un medicamento que contiene melatonina y supuestamente iba a mejorar mis acúfenos, pero lo único que hizo fue darme un mes entero de sueños delirantes y vívidos. Me tomaba una pastilla con algo de emoción cada noche, pensando: ¡Qué guay, a ver qué sueño hoy! Y me metía en la cama para quedarme dormida casi ipso facto y soñar sueños desordenados e intensos. Estuve un mes soñando con muertes, con bebés, con maletas, con gordos, con meteoritos, con tiendas y con edificios en ruinas. Soñar...soñé, y recuerdo alguna vez levantarme de la cama con un EUREKA dibujado en mi cara, porque había soñado la historia perfecta, la que escribiría y me catapultaría a la fama, bueno, a la fama, pero para cuando salía del cuarto de baño ya no me acordaba de nada. Dejé de tomarla porque mis oídos seguían pitando, ahora incluso con un eco de reproche por querer deshacerme de ellos. Ya volvemos a estar en paz.


Ahora que estoy libre de melatonina, parece que soy capaz de ver una película entera. Mama (2013),  de Andrés Muschietti, y producida por Guillermo del Toro, fue una de las películas más recientes que vi. Gracias a algún fenómeno cósmico que solo ocurre una vez cada mil años, empecé a verla sin saber lo que me iba a encontrar. Es decir, no vi ningún trailer, ni leí ninguna reseña. Casi casi, ni vi el cartel. Sabía que era de terror, y llamándose Mama, habría niños, con lo cual empecé a verla con las expectativas muy altas. Me pareció que empezaba muy fuerte y se iba desinflando, como un globo descontrolado, esparciendo miasmas cinematográficas durante su breve vuelo fatídico mientras lo miran con cara de hastío. La película es visualmente impactante, quizá muestra demasiado, para mi gusto... ¿estaré haciéndome mayor? No tenéis que contestar, gracias. Desde el punto de vista del director, tiene que ser muy difícil, con los efectos especiales desfasados de hoy, rechazar un 'ponme una cara demacrada por ahí' o 'un esqueleto por allá'. La tentación es demasiado grande. Pero cuando sabes de qué va todo y lo único que te queda por saber, es, por así decirlo, el color de los calzoncillos del director, pierde mucho el interés. Cierto es que nos espera un momento de tensión, pero bueno, echando la vista atrás, ves que el grado de importancia que tiene ese personaje en la película solo podía desembocar en algo así.

El director ha querido mostrar todas las cartas en los primeros 20 minutos de la película, limitándose a contarnos durante el resto de la película la historia con estética gótica tras esa explicación. La religión siempre es un valor seguro. Lo que nos cuenta esta película ya nos lo imaginábamos, es que lo veíamos venir. Los espectadores de terror tenemos que cargar con la cruz de que nos tomen por tontos un poco más que a los demás, que ya es decir, pero, a decir verdad, nos la pela. No somos rencorosos. O por lo menos nos la pela las primeras 99 veces: la número 100 ya decimos '¡Hasta aquí hemos llegado!', chasqueamos la lengua, fruncimos un poco el entrecejo y seguimos viendo la película. Que no piensen que nos la meten así como así. Siempre nos queda disfrutar del espectáculo de los CGI.

Lo que sí me produjo la película es mucha ternura porque en ella hay una niña, la pequeña, que me recuerda a mi hija. Sobre todo cuando vocifera: ¡No!, come cosas que no debería comer y se arrastra como un bicho. Qué grande es la maternidad. Estoy segura de que millones de madres se sentirán identificadas conmigo. Yo por lo menos conozco a tres, vaya.

En resumen, me parece una peli...olvidable, como los sueños de melatonina.






miércoles, 16 de enero de 2013

La molicie, La casa roja (1947) y La casa encantada (1963)

No estoy en una etapa precisamente creativa. Estas vacaciones han sido muy divertidas pero poco productivas; más o menos, han sido el equivalente mental a ir un día tras otro a una cena con un pantalón de cintura elástica: no hay que pensar, solo hay que dejarse llevar. No hay obstáculos entre tú y tu cerdería, ni incómodos recordatorios de que te estás pasando. Así que durante las últimas 3-4 semanas me he tirado a la molicie sin concesiones, y en todos los ámbitos: he visto películas malas, he bebido cerveza, me he comido paquetes de galletas de una sentada y me he gastado algo de dinero en mierda fabricada en China. Creo incluso haber leído alguna novela sueca de asesinatos pero no pondría la mano en el fuego. Bueno, pues has hecho lo que haces cualquier otro mes, diréis. Bueno, sí, puede ser. Este corrector me cambia el adverbio 'compulsivamente' por 'compasivamente', así que está en vuestras manos adivinar cuál se corresponde mejor con mi actitud hacia todo lo anterior.

Quizá por los excesos físicos y carencia de estimulación intelectual real, he pensado que si veía alguna peli de terror clásico subiría un par de puntos mi escala de sesudez. Más bien subiría un par de puntos imaginarios una proyección deformada de una sensación ficticia y efímera de sesudez. No habéis entendido nada: yo tampoco. No tiene mucha lógica. Pero no siempre la lógica nos mueve. Sin ir más lejos, analicemos unos sentimientos tan familiares como son la glotonería y la dejadez: nunca hay que subestimar el poder de movilización que tienen. Por ejemplo, durante mi primer embarazo, por el tema de la listeriosis me prohibieron tomar jamón. No lo tomé, no pasó nada y el niño nació bien, aunque con un marcado parecido con una gamba recocida. En mi segundo embarazo, y como el primero había ido bien, decidí saltarme la recomendación del médico y tomar jamón, chorizo, lomo y mortadela más o menos cada 2h. No contemplé más que de soslayo que si efectivamente no había cogido listeriosis en el primer embarazo fue precisamente porque le había hecho caso al médico. Al fin, no pasó nada, y la niña nació bien, aunque me acaba de dar una hoja en la que ha dibujado unos 200 gatitos con cara de persona y ahora mismo me está mirando escondida detrás de una silla desde el otro lado de la habitación. Bah, nunca sabes.

Así que, en mi proceso de pretendido enriquecimiento interior, he visto dos clásicos: La casa roja (1947), de Delmer Daves, y La casa encantada (1963), también conocida por su título original, The Haunting, de Robert Wise. No os voy a decir que las tuve que ver en compañía, con la luz encendida, y que oía carcajadas y crujidos en casa, pero ambas películas son efectivas y un buen ejercicio de artesanía cinematográfica, lo que entre tanta modernidad, supone un respiro de aire fresco. Volver a los orígenes sirve para ver las cosas desde una perspectiva más sosegada, y aunque solo sea de vez en cuando, hasta llega a dar una especie de anticuada paz entre tanto fuego artificial del cine de masas actual. Sabéis que no me gusta decir mucho sobre el argumento de las películas, por eso, y porque no sé muy bien de qué hablo, no me extiendo demasiado en analizarlas. Las veo, si acaso tomo un par de notas, y si las disfruto, hablo algo sobre ellas. Como todo en esta vida, lo importante es que te guste.  Y ambas películas me gustaron. En la misteriosa, oscura y gótica La casa roja, el gran Edward G. Robinson, cuyo físico bulldoguiano ayudó a encasillarlo en papeles de malo,  se tiene que enfrentar a su pasado, que lo espera muy cerca de su casa. La banda sonora es memorable, al igual que el desenlace de la película. No es fácil quitarse la perspectiva del terror actual cuando ves una película de 1947, y es verdad que no ha envejecido bien, pero no es algo que se le pueda reprochar.  En La casa encantada se juntan un gran guión, grandes personajes y un éxito total a la hora de provocar una reacción neurótica en el espectador. No sabemos si la chalada está chalada. Si estuviera tan chalada, nosotros, como espectadores, ¿por qué dudamos de lo que estamos viendo? ¿Hay fantasmas o qué? ¿Por qué a alguna gente le gusta Maná?
Quién sabe.



jueves, 13 de diciembre de 2012

Películas de terror navideñas


El otro día estaba teniendo una videollamada por skype y por detrás de mí apareció la Criatura 2 (no, no es el título de una película), se echó un eructo más propio de alguien que hace miles de años anduviese cazando mamuts por la estepa siberiana, e inmediatamente la imagen de la pantalla se quedó paralizada, con mi interlocutor congelado en una borrosa mueca al estilo del Ecce Homo de Borja. Se perdió la conexión, tanto que tuvo que reiniciar su ordenador. Yo, por mi parte creo que ya tengo el germen de mi improbable película de terror: psicofonías aerofágicas capaces de tumbar un ordenador a 8000 km.  Como véis, las ideas aparecen en las situaciones más insospechadas. Pero bueno, hasta que se haga realidad sigo con mi labor de investigación, que consiste en gran parte en zapatearme frente a la tele. Y como ya es diciembre en el blog, qué mejor que poner en cola unas cuantas películas 'estacionales' para poder hablar, como siempre, sin fundamento real alguno pero con amor y buena voluntad, de las películas de terror, en este caso, navideñas. Melchor, Gaspar y Baltasar aún tienen que esperar para protagonizar alguna película de las nuestras que yo sepa, aunque darían un jugo que no veas por lo que tenemos que recurrir a la querida figura de Papa Noel.

La verdad es que la Navidad se merece que se hagan películas de terror sobre ella. Lo está pidiendo a gritos. Papá Noel, en pijama, gordo, con un saco, entra por las chimeneas. Ya me diréis qué inspira eso sino flojera de los esfínteres. Y luego están las resucitaciones y los loops de villancicos estridentes. En la mayoría de las pelis de terror navideñas la amenaza es un enfermo mental; cualquier otra cosa, como el muñeco de nieve asesino de Jack Frost (1997: no la de Michael Keaton) ya es rizar el rizo, algo que tampoco es que nos parezca mal, en principio.  Black Christmas (1974) es el paradigma de la típica película del psicópata navideño: asfixiante, aterradora, terrible y muy tensa. Como son todas las navidades, al fin y al cabo.  Esta peli es de esas que a los espectadores con poco trote en el terror les dejan muy mal cuerpo, y a los connoisseurs nos da como un resquicio de asma. Los que hemos visto Black Christmas nos creemos un poco especiales porque no es tan conocida como Halloween, pero no nos juzguéis; ayuda a llevar el día a día.

El Papá Noel de la cutrilla pero ridícula en plan bien Christmas Evil (1980) es el pionero de los Santa Claus de frenopático. Todo lo que toca lo convierte en mierda, por eso es fácil identificarse con él. En Noche de Paz, Noche de Muerte (1984), Papá Noel se emprende en una cruzada demente asesinando a todo el que se encuentra, en una hecatombe navideña de pezones y asesinatos. La peli es cutre: en una de las cuchilladas en el cuello se ve claramente como más que cortar, lo que están haciendo es arrastrar el cuchillo no por el filo, sino por el costado, a modo de brocha. Además, la actuación en general es mediocre y teatrera —salvo Lilyan Chauvin en su papel de monja de cagarse por los pantalones— y  parece que toda la película es una excusa para ver los antedichos pezones y algo de cacha, pero tiene algo de entrañable. Claro, la Navidad. Es jugar con ventaja: hasta la peli más fétida de Navidad tiene algo de entrañable. La contrapartida es que es prácticamente imposible hacer una película de terror navideño que pueda tomarse en serio. Aunque según por donde lo mires, es una ventaja. Te relajas y eres más creativo.

En el pack de 6 películas para no dormir está Cuento de Navidad (2005), de Paco Plaza, en la que Papá Noel, o más bien Mamá Noel, interpretado por una correcta pero totalmente fuera de lugar Maru Valdivieso, se cruza en la vida de un grupo de niños. Sacar semejanzas con Cuenta Conmigo (1986) es inevitable y obviamente ya sabemos quién lleva las de perder. La preciosa Ivana Baquero brilla con luz propia. A mitad de la película te quedas como: ¡anda ya, no me jodáis! Pero una vez que te han jodido pues bueno, te dejas llevar por la corriente de sinsentido, bajas tu ya maleable nivel de exigencia y ves que tampoco se está tan mal.

El día de la Bestia (1995), de temática navideña-apocalíptica, forma parte ya de mi Top-5000 de películas favoritas, no sé bien en qué posición. Me suele gustar bastante lo que hace Álex de la Iglesia, y juntar a Terele Pávez y a Soziedad Alkohólica en la misma película solo puede traer cosas buenas.

Esto es todo por hoy. Os deseo unas felices fiestas, amigos. Os animo a que abracéis el espíritu terrorífico-navideño en estas fechas con una buena sesión de pelis y champán. Venga, habréis visto cosas peores: estoy casi segura de que, como yo, os tragáis el vómito que se os viene a la boca cuando veis los anuncios navideños de aseguradoras y operadoras telefónicas.

A ver, no metas barriga, hombre




martes, 27 de noviembre de 2012

Sinister (2012)

Director: Scott Derrickson

Esta semana he visto, para variar, unas cuantas películas. He ido al cine con las criaturas a a ver Hotel Transilvania y la disfrutamos muchísimo. Al llegar a la taquilla y pedir las entradas, la empleada agarró el teléfono y le dijo al operador que volviese a encender el proyector, que finalmente parece que habría espectadores. Las entradas nos las revisó la de las palomitas, que estaba al fondo haciendo aspavientos para que nos acercáramos. Todo eso un viernes a las 5 de la tarde: está claro que no se augura un buen futuro. Vale, todo está mal, pero lo que nos concierne aquí es el cine, y Hotel Transilvania es muy divertida y, como suele ocurrir con las pelis de monstruos, es una metáfora de la diversidad, la aceptación de lo diferente y la toleranZZZZ.... El doblaje es muy bueno, aunque desconcertó un poco a la criatura nº2, que me preguntó, al oír a un personaje con acento andaluz, qué por qué hablaba "en extranjero". Hablando de "no extranjeros", (OJO: un minispoiler en este parrafillo) vi Mientras Duermes (2011), y desde el primer momento estaba claro que iba a ponerme del lado del loco. Creo que, como Tosar es de mi tierra, pues empecé a "torcer" ipso facto por su lado demente, de una manera irracional e ilógica. Es de mi tierra y encima un muy buen actor. ¡Venga Tosar! Ni las lágrimas de una señora indefensa doblegaron mi férrea determinación. Deseaba fervientemente que el tarumba y sus maldades triunfaran. Debe ser la lógica del nacionalismo: lo mío es bueno porque es mío, y tú te vas con lo tuyo a tomar por culo.

Cambiando un poco de tema, hace unos días leí que ver películas de terror adelgaza, por la supuesta descarga de adrenalina y la aceleración del ritmo cardíaco. Pero algo falla, me da a mí. Lo que yo creo es que han puesto a ver películas de terror a espectadores que no consumen terror habitualmente. Si lo hicieran, comprobarían que el mayor pico de adrenalina que tiene un terrorómano viendo una película de terror se produce, si es que se da el caso, cuando se le ocurre pensar en qué va a pasar con su pensión de jubilación. Salvo contadas excepciones, yo creo que mi estado ante una película de terror es más parecido con el de hibernación que con el de hacer puenting. Una de las excepciones fue Paranormal Activity, que me acojonó bastante, y otra, aunque un poco menos, la peli en cuestión, Sinister, ambas producidas por Jason Blum.

Sinister está cerca de ser la película de terror perfecta, y me dio algo de miedo, lo que es la rehostia. De la emoción he acabado atragantándome y he estado a punto de vomitar. O gomitar, que a fuerza de tanto oirlo le he tomado cariño prefiero mil veces gomitar a devolver. Digo que la peli es casi perfecta porque tiene un argumento muy elaborado, técnica y visualmente es admirable, tiene buenos actores y como bonificación, recuerda a la atmósfera del Gran Maestro King, por lo de que el protagonista es escritor y se ve metido en algo raro raro.  Merece verla, y no os diré ni de qué va, para eso, si queréis, irsen a wikipedia. La atmósfera está muy bien, pero que muy bien. Te metes en la película. Solo hay dos cositas que me rechinan, que os explico a continuación:

1) Ethan Hawke es muy buen actor, pero tiene los lóbulos de las orejas pegados, no colgantes, me entendéis ¿no? Me diréis: ¿Qué importa eso? Y yo replicaré, nada, supongo que nada, en la inmensidad del cosmos ¿qué importan los lóbulos de las orejas de un tipo? Nada, lo sabe hasta una ameba. Pero en los momentos de tensión se me iba la vista en las orejas de Ethan. Si no las veía, me sorprendía buscándolas. Las orejas de Ethan. Las o re jas de e than. Lasorejas deEthan. LasorejasdeEthan. lasorejasdeizanlasorejasdeizan.¡Basta!

2) Lo que en mi opinión desmerece la película no son lasorejasdeizan, sino que es el papel de su mujer, que interpreta Juliet Rylance. En general, en el cine, las mujeres están para gritar y enseñar cacha o para mostrar el lado protector, sensato y conservador, para advertir, o todo a la vez. O sea: para alegrar la vista o para dar el coñazo soberanamente. Siempre hay excepciones, mujeres con cojones, pero en este caso y para cargarme de razón elijo obviarlas. A lo de enseñar cacha ya nos hemos acostumbrado pero es lo otro lo que me parece vomitivo de verdad.  Y Juliet da el coñazo y poco más. Ethan se arriesga, con buenas o malas consecuencias, pero actúa. Actúa, como un imbécil, pero actúa. En el espectador de a pie, o por lo menos en esta espectadora, se va creando un efecto acumulativo. Llega un momento en que el vaso se colma y cuando te encuentras con la enésima madre-esposa perfecta que intenta hacer entrar en razón a su marido, te dan ganas de mandar todo a la mierda. En todo esto hay una moralina, y es que el subtítulo de Sinister podría ser TE MERECES TODO LO QUE TE PASE POR NO HABER HABLADO CON TU MUJER ANTES DE HACER LAS COSAS. ANORMAL. ¿Feminismo? Nada de eso, todo lo contrario. Es por tanto una película terrorífica pero además por partida doble. Te podría pasar a ti, por imbécil, y pese a tener una mujer como dios manda.

Pero oid: vedla sin los prejuicios que claramente estoy intentando que interioricéis, ¡os lo ruego!

Veis lo que os digo, ¿a que sí?







miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los escenarios típicos de las películas de terror (2)

Ya os había amenazado con una continuación a esta entrada. Aquí va.


4. El instituto

El instituto es sinónimo de adolescentes, y pensar en ellos hace que se me desencaje la mandíbula y se me pongan blancos los nudillos: en unos años me veo en un interminable tête-à-tête con un par de ellos, cuando casi fijo que lo que de verdad me va a apetecer en vez de eso va a ser sentarme en el sillón y tomarme una discreta copa —quizá servida en una de las tazas de Forges de El País, como si fuera un cola-cao. Intentaré razonar, y como estaremos en órbitas diferentes, seguramente salgan de casa dando un portazo, después de gritar algo como aquello que gritó Fernán Gómez.

Pero volvamos al tema que nos interesa. El instituto no es mi escenario favorito para una película en general porque a) claramente no van dirigidas a alguien de mi no tan tierna edad o b) son de Gus Van Sant o coñazos similares. En cambio, las pelis de terror de instituto sí me gustan porque suele haber adolescentes tarados. Y me refiero a tarados de película, de los que tienen poderes telekinéticos, hacen conjuros o devoran gente, no de los que planean disparar a todo cristo.

En estas películas, el protagonista suele ser un adolescente que no encaja con los demás o que responde a una amenaza externa y decide tomarse la justicia por su mano. Como es normal, digo yo. Entre las pelis que he disfrutado están la terrorífica Carrie (1976), donde al final se arma un buen fandango, es decir, al típico estilo King, que suele terminarlo todo con una explosión, incendio o similar. Ginger Snaps (2000) trata de dos adolescentes que se metamorfosean en mujeres-loba (¿se dice así o qué?).  Me parece una película muy atractiva, casi un dramón, con el que uno puede hasta identificarse,  —rollito metafórico, ya me entendéis— con dos actrices muy buenas y una trama que no pierde interés. The Loved Ones (2009) es sádica y demente. Scream (1996) explota lo típico del cine de terror, lo que todos conocemos, y lo convierte en un producto maestro. La considero una gran película y la disfruté, espero, tanto como vosotros. Jóvenes y Brujas (1996) no está mal, al estilo carrie-esco. Y por ultimo, me gustó The Faculty (1998), película en la que los raros son los profesores. He visto más películas que giran en torno a institutos pero de verdad no creo que merezcan mucho la pena, salvo que esté olvidando algo, lo que no sería tan raro. Cuando tienes una memoria que salvo algunas excepciones es LIFO, las películas difícilmente permanecen más de unas semanas en el coco.

Termino agarrando una pregunta con dos dedos, no por delicada, sino porque me parece que está manchada de caca: ya que Halloween se ha extendido tanto por aquí, ¿llegará un día en que en los institutos españoles haya animadoras, proms, corsages y lo más importante: casilleros para todos? 

¿A qué dices que huelen las nubes? 



5. El lugar remoto en la carretera

También conocido como el sitio donde cristo perdió la chancla, donde el diablo perdió el poncho, casadiós, etc... Ancho es Estados Unidos, amplias nuestras tragaderas, y pocas las gasolineras en esas carreteras interminables que conducen al mismísimo infierno. No creáis que siempre os vais a encontrar a un gañán víctima de la endogamia blandiendo una motosierra, no. También hay psicópatas de los de toda la vida, zombies, monstruos sobrenaturales, niños cabrones...¡Es que de verdad, no sabes con qué quedarte! 

Más o menos, en estas pelis la cosa va así: váis tranquilamente en coche y de repente, sin saber cómo, os encontráis mirándole a los ojos al mal, mejor con mayúsculas, al MAL, en un pueblo de mierda, en una puñetera carretera interminable, en bello paraje natural o en un motel regentado por un psicópata lejos de la civilización, y os dais cuenta de por qué la civilización se llama así, y por qué tiene su encanto. Psicosis (1960) es, como ya habréis adivinado, el exponente, película que place a cinéfilos y a gente normal por igual. La pesadilla que se relata en la bestial Deliverance (1972) me tuvo con una arruga vertical en el entrecejo toda la película, y la banda sonora me resonó en la cabeza durante unos días.

Texas nunca falla: en el estado que vio nacer a Dubya se desarrolla un peliculón: La Matanza de Texas (1974), y otras como la colorida La Casa de los 1000 cadáveres (2003) o la salvaje Planet Terror (2007). The Hills Have Eyes (tanto la original de Wes Craven de 1977 como el remake de 2006) y Wrong Turn (2003) rezuman fealdad y sadismo (¡yupi!). Los Chicos del Maíz (1984) quizá no haya envejecido bien, pero me gusta y en su momento me dio escalofríos, por lo que tiene un lugar especial en mi polvorienta estantería mental. Jeepers Creepers (2001) es terror del bueno, con un actor, Justin Long, al que me gustaría ver encasillado en este tipo de papeles, porque lo hace bien.  Habitación sin salida (2007) tiene su puntito aunque los protas parecen sacados de Friends. La gran Misery (1990), con una enorme Kathy Bates, tiene una de las escenas más dolorosas de ver que recuerdo, con tobillos de por medio.

Fuera de Estados Unidos, hay una película francesa, Frontière(s) (2007), que se regocija a saco en la claustrofobia y en el sadismo. En Australia se desarrolla Wolf Creek (2005), que es aterradora y...visceral. Destaco la británica Eden Lake (2008): si alguna vez os la habéis tenido que ver con algún adolescente o pre-adolescente británico —de esos que llaman scallies o chavs—, sabréis que difícilmente hay algún laxante más efectivo. Esta película, que tiene semejanzas con la bárbara Funny Games (1997), hay que verla, y no solo porque salga Michael Fassbender, que además de ser un gran actor, está muy bueno, sino también porque...bueno, alguna otra razón habrá. Me hace coña la supercutre pero simpática La Matanza Caníbal de los Garrulos Lisérgicos (1993), ambientada en mi sitio favorito, A Coruña, con Manuel Manquiña, que prácticamente todo lo que toca lo convierte en oro.

Quisiera cerrar este punto con otra preguntilla: ¿quién no se ha visto en algún momento extremadamente ofendido durante la conducción y ha sido preso de unas incontenibles ganas de emular al camionero de El Diablo sobre Ruedas (1971)? ¿Nadie? Bueno...no, no lo decía por mí, no, no, qué va, es por una amiga, en serio. Ejem.

Una tierna instantánea familiar con Leatherface al fondo.






Continuará...

martes, 30 de octubre de 2012

Halloween (1978)

Director: John Carpenter


Ahora por cojones hay que disfrazar a los niños dos veces al año: en carnaval y en halloween. No es que me moleste mucho: unas ojeras y un poco de sangre en la cara dan el toque tétrico a cualquier disfraz. Hace unos años hasta vino un niño a pedir caramelos a la puerta de casa, acompañado de su desconfiada madre. Me pillaron por sorpresa y les di, con cara de bótox, unos miserables mentolín reblandecidos del fondo de un cajón. Me parece un poco forzado eso de ir pidiendo caramelos por las casas, pero inofensivo; lo que sí me parece inmundo y el equivalente lingüístico a pegarle a una madre es que se haya extendido el despreciable 'truco o trato' como traducción del trick or treat. Imaginaos mi reacción cuando mi propio hijo me lo suelta esta tarde, con su atiplada voz infantil; se me secó la boca, se me nubló la vista y después ya no recuerdo nada más. Me diréis, vale, lista, y ¿qué dirías tú entonces? Pues...no sé, por estos lares funcionaría un 'chuche o chasco', o algo así. Mi lado intransigente echa humo, pero no os voy a dar más la brasa con esto: ya me atufo yo sola en mi propia nube de indignación lingüística, gracias.

A mí, que la llamen Halloween, la llamen Samaín, lo que sea, esta fiesta me parece bien, y creo que su popularización es una de las cosas que debemos agradecerles a los estadounidenses, junto con los pantalones de cintura elástica. Si a los niños les vale como excusa para conocer alguna de la prosa de Poe, Lovecraft, Shelley o Henry James, mejor que mejor. Hasta me valen las novelas de Crepúsculo: no las he leído pero si cayesen en mis manos con 13 años, sí que las habría leído, y del tirón. Si los futuros piraos del terror aún son muy pequeños, se les puede dar adulterada y con viñetas, como ya ocurre con Shelley, y ya está. Por soñar, ojalá alguno de esos niños que hoy está leyendo historias de terror haga una película en los próximos años que se llame Samaín en la que un asesino llamado Migueliño ande sembrando el pánico por la Serra de Outes. Yo la vería con mucho cariño. A mí me habría encantado que me hubiesen obligado a leer en el colegio Vuelta de Tuerca o El Pozo y el Péndulo, y no La Colmena (no digo que no sea recomendable su lectura, pero con 15 años...pues a mí no me parece la mejor manera de forjar un amor para toda la vida). De todas maneras, ya sabemos que las opiniones son como el ojete.

En Halloween, el psicópata asesino Michael Myers se escapa de un hospital psiquiátrico y la toma con Laurie, interpretada por Jamie Lee Curtis, para quien esta película consituyó su debut cinematográfico, convirtiéndola en una actriz de culto del cine de terror. Donald Pleasence interpreta al Dr. Loomis, quien intenta frenar a Michael, advirtiendo de su maldad a la policía y poniéndose el mismo manos a la obra para pararlo. Michael aparece en un barrio residencial de un pueblo de Ilinois, transformándolo de un tranquilo remanso de paz a una terrible e impensable pesadilla. El terror llama a la puerta...personificado en él, que es un hombre pero está desposeído de cualquier matiz humano: durante gran parte de la película no se le ve la cara y cuando lo hace lleva una careta que lo priva de cualquier expresividad. Tiene, además, una fuerza y resistencia aparentemente sobrehumanas. Cerca del final, durante una décima de segundo se ve su cara, una cara normal. Nunca se le oye hablar: solo gruñir y respirar. Es el hombre del saco, y viene a buscarte.

Ya mencioné en otra entrada del blog el inicio de la película, con una escena con cámara subjetiva de unos cuatro minutos, que responde a la perfección la pregunta de por qué estamos agilipollados con el terror, independientemente de que algunos seamos ya así de natural un poco fatuos. En esos pocos minutos que abren la película, te sientes un voyeur planeando una maldad, ves a través de los ojos del loco de Michael Myers, con antifaz y todo, mientras progresivamente va aumentando la tensión hasta terminar poniendo los pelos de punta por lo chocante de su desenlace, por partida doble: lo que ocurre y quién lo ejecuta. Ahora ya estamos acostumbrados a este tipo de escenas pero la que abre Halloween sigue siendo legendaria. El director de fotografía, Dean Cundey, fue de los primeros en usar una PanaGlide —un arnés que permite grabar escenas con el cámara en plan hombre orquesta, estabilizando la imagen— y con ella filmó esta escena y muchas otras de la película, grabada magistralmente en formato panorámico. La PanaGlide provoca la inquietante sensación de estar en medio de la acción, acompañando a los personajes cuando andan, y parándose cuando ellos se paran. En un montón de escenas tanto el primer plano como el segundo están enfocados, lo que nos hace espectadores de lujo: vemos lo que acecha y al acechado, podemos intercambiar la atención entre uno y otro sin problema.  Halloween es un portento visual, auditivo y cinematográfico: una película que además apela de manera sencilla y efectiva a los miedos más primarios.

Debra Hill la produjo, y John Carpenter la dirigió y compuso su banda sonora —la sombra de Hitchcock es alargada. Los dos juntos escribieron el guión. Dos personas que con muy poco dinero hicieron una película que marcó un género y desencadenó innumerables imitaciones. Halloween tiene poca sangre pero mucho suspense, amenaza latente y pánico.  Merece ser vista de nuevo. Aquí os dejo una foto del rodaje, con John Carpenter y Tony Moran, la cara detrás de Michael Myers. ¡Salud!