Mis puntos de referencia diarios, si los hay, son casi siempre en forma de películas malas que hacen inolvidable un día que a todas luces es una fotocopia del anterior.
Pues sí, amigos, esas películas de mierda son las que marcan la diferencia en un día que de otra manera sería insulso. Son las que, tras casi dos meses sin actualizar mi blog, me impulsan a sentarme un sábado ante el ordenador y dar rienda suelta a mis dotes pseudoliterarias (eso y las dos copas de vino que me tomé en la comida). No hablo de una mierda cualquiera, perfectamente olvidable, sino de esas mierdas que dejan una impronta, esas que vienen rebozadas en purpurina dorada vintage, disfrazadas de joyas, y en cajita de terciopelo.
Hablo del bochornoso documental Room 237, en la que unos críticos (¿pero quién carajo son?) hacen una autopsia a la magistral El Resplandor. Los conspiranoicos se empeñan en encontrar una explicación oculta, un sentido, una significación a lo que les rodea. Serían capaces de ver una señal en un zurullo en la acera. Piensan, astutos: «Ese cagallón está ahí por algo. No es casualidad. Todo está entrelazado en el universo. Todo se conecta con todo en formas que no podemos entender. Bueno, vosotros no, yo sí.»
Las teorías que vomitan alrededor de lo que supuestamente trata El Resplandor cubren un amplio espectro a veces directamente vergonzoso, otras totalmente ridículo, en ocasiones desternillante, pero siempre manteniendo un grado de estupidez notable. Lo único bueno del documental son las imágenes de la película de la que hablan. De la que dicen bobadas hasta decir basta.
Entretanto, voy a hacer un inciso que no os dejará impasibles. Acabo de levantarme de mi silla de trabajo y he cogido un metro: la distancia que hay entre el retrete y el lavabo en mi casa es 110 cm. Gracias a Google, sé que el cuadrado de 110 es 12.100, que es exactamente la distancia en kilómetros que hay entre Bomas, un pueblo en Francia y Kahawa West, en Kenia. Se pone emocionante la cosa. Pero aún hay más: el cuadrado de 12.100 es 146.410.000, que parece ser que es el tiraje de un sello checoslovaco del año 1958. Inquietante, lo sé. Hay una conexión oculta que tengo que descifrar. Voy a buscar más datos y os diré algo más tarde: ahora mismo me voy a servir un whisky porque me abruma la importancia cósmica de todo esto. 15 horas más en Google y encontraré la respuesta.
Pues en torno a conjeturas agarradas con pinzas, basadas en hechos, fotos, cuadros, latas de comida, que difícilmente significan nada, se construye este documental. El Holocausto, las teorías conspiranoicas en torno a la llegada a la luna, la colonización de Norteamérica, hay sitio para todo eso en las cabezas llenas de ya sabéis qué detrás de las voces sin cara del documental. Como todos sabemos que Kubrick era un tipo obsesivo, es inconcebible que en alguna de sus películas haya un error de raccord, por lo tanto la única explicación posible, e irrefutable, es que... ¡claramente está intentándonos decir algo! Esa silla que desaparece: un claro ejemplo de la fragilidad de la existencia, o alguna tontería del estilo.
Mientras veía solitariamente el documental (mi compañero de 'visionado' con muy buen juicio se quedó dormido en los primeros minutos), no podía dejar de pensar en Stanley Kubrick: ¿qué pensaría de tanta gilipollez? ¿Quienes son estos tipos que en una máquina de escribir alemana ven una referencia al Holocausto? ¿Qué metáfora puede expresar un enanito que (ahora está-ahora ya no) de Blancanieves? ¿Qué carallo tiene que ver un esquiador con el Minotauro? En dos palabras: ¿Qué cojones?
Está claro que hay mucha personalidad obsesiva por ahí adelante. Son esos que son capaces de ver las películas 30 veces, dándole al pause, al rewind y al fast forward, destripando una obra y convirtiéndola en una mera sucesión de fotogramas, esperando encontrar algo relevante, con significado, algún mensaje para ellos. Yo me considero obsesiva: si me gusta algo lo veo/oigo hasta la saciedad y más, pero puramente por el disfrute que me da. Nada más. A disfrutar, obsesivamente, si queréis, pero dejad de joder las películas buenas. Solo puedo añadir esto: a veces es mejor estar muerto para no ver lo que hacen con tu obra. Eso sí: ¡Larga vida a Kubrick y a su obra!